Blog especial de la Revista CRÒNICA Digital de la Vall d'Albaida
Dedicat a les Festes de Moros i Cristians d'Ontinyent
Juliol-Agost de 2009 cronicamic@gmail.com


La nostra portada. Obra d'Àngel Alberca

dilluns, 24 d’agost del 2009

Noches de verano


Rosana Ferrero


Aún recuerdo la ilusión que me hacía ponerme aquel vestidito vaquero que llevaba una cesta roja bordada en la pechera, mis bambas rojas y algún ganchito de aquellos que guardábamos como si fueran valiosos tesoros dentro de una cajita de caramelitos de regaliz. Era el último sábado de junio y las cenas de comparsa acababan de empezar.

Mi madre nos dejaba en casa de mis abuelos maternos porque las mujeres de los componentes de la escuadra se reunían a cenar. Mi abuela y mi abuelo, Toni Pichoc (donde estés, quiero que sepas que adoro las dianas gracias a ti), nos llevaban a mí y a mi hermana a Santo Domingo, a comprarnos un polo de Casa Joaquinet hasta que mi madre venía a recogernos para llevarnos a los Berberiscos, comparsa a la que aún pertenece mi padre. Estamos hablando de hace casi 30 años.

Recuerdo que observaba a los Mozárabes con mucha curiosidad, porque no entendía por qué ellos tenían una plaza y mi comparsa estaba en una calle empinada. Entre banco y banco jugábamos al escondite y bebíamos agua de aquellas fuentes de piedra que tenían un pequeño pedestal para auparse mientras sonaba Jamalajam o Guardia Jalifiana. Tras un tiempo prudencial de griterío infantil y marujeo estival, mis abuelos nos llevaban de nuevo a casa hasta que llegaba mi madre y dando un paseo nos acompañaba a los Berberiscos.

Es uno de los recuerdos más bonitos y especiales que guardo de mi infancia y es una de las raíces más profundas que tengo. Este es el origen de mi pasión por las fiestas. Mi padre me inculcó el aprecio por el sabor especial que tiene formar parte de ellas y mi madre, gran apasionada, siempre tuvo a punto las chilabas para nosotras y nunca dejó que nos perdiéramos un acto en el que pudiéramos participar. La Semana Grande en mi casa se vivía, se respiraba, se podía tocar con la punta de los dedos.

Cuando cumplí los 14 años tuve que dejar de desfilar. Hoy puedo decir que soy una mujer festera y vuelvo a rendir homenaje a aquel recuerdo que siempre me hace sonreír. Pero no me voy a centrar en si fue el hecho de no ser un hombre lo que me obligó a dejar de lado este aspecto de mi vida. No serviría de nada y tampoco merece la pena.

Nuestras fiestas de Moros y Cristianos han crecido y nosotros hemos crecido con ellas. Hemos sabido adaptarnos a los nuevos tiempos pero también hemos sabido conservar la esencia de lo genuino, sin perder ni una sola pizca de ese carisma familiar que considero siempre ha caracterizado a las personas que formamos parte de ellas.

Aunque ya no tenemos Reina de Fiestas ni la Verbena de la Paloma se celebra en La Glorieta, donde antaño los curiosos se acercaban a contemplar el desfile triunfal de los bolsillos más acaudalados y conocidos de la ciudad, no hemos perdido la costumbre de cenar ese martes de agosto, que se etiquete de verbena o no, lo seguirá siendo. La Presentación de Cargos siempre será el acto más glamuroso de las fiestas y aunque este año no hay cena de gala, sabremos darle la forma deseada a esa noche.

No puedo olvidar L’Esmorzar de la Llàgrima, siempre tan emotivo y conmovedor. Nunca hay una silla de sobra, nunca hay suficiente espacio. Envueltos por un calor despiadado recordamos a los que no están. Los hubiéramos querido allí con nosotros y nos gusta imaginarlos sentados en algún lugar observándonos y aplaudiendo a nuestro paso. Son los grandes ausentes y, paradójicamente, los siempre presentes, porque se quedan en nuestros corazones.

Posiblemente los Alardos sean un punto de reflexión. Hemos pasado de una noche divertida a un desfile carnavalesco y etílicamente peligroso para los más aventureros, que siempre suelen ser aquellos que todavía no le han hecho el rodaje a su recién estrenado hígado. Esto, además de representar un problema para el susodicho, lo es para la comparsa a la que ha decidido premiar con su presencia, porque detrás de esos hígados hay unos padres preocupados que de alguna manera confían en el buen hacer de los responsables. Queridos padres: aunque la idea es que todo el mundo lo pase bien, el atrevimiento de muchos de estos jóvenes exploradores queda muy lejos del alcance de “los que ponen orden”, porque está casi científicamente comprobado que es precisamente de ellos de quien se van a esconder.

Nuestros niños han dejado de desfilar con nosotros para tener su propia Entrada Infantil. El viernes por la mañana irrumpe en Daniel Gil el primer timbal anunciando la llegada de los más pequeños. Confeti, serpentina y caramelos cubren el suelo al paso de las carrozas que portan a madres ilusionadas con sus retoños perfectamente ataviados. Tallas insospechadas para principiantes que aún no pueden ser conscientes de lo que ocurre pero que ya empiezan a respirarlo. Con un poco más de desparpajo los que ya se mantienen erguidos juegan al tiro al blanco con los que osan acercarse a pedirles un chupachup y los más mayores ya hacen el recorrido a pie, blandiendo un sable o retando con un astral a un público que aplaude con cariño sus tímidos pasos. Son el futuro de la fiesta.

Por la tarde la Entrada Cristiana se abre paso ante la multitud expectante que espera ser sorprendida y agasajada con el trabajo de aquellos que llevan doce años esperando para volver a liderar y abanderar el ejército del Bando Cristiano. Cruces, lanzas, caballos, ballets, mallas, cascos, navajas, sombreros y capas. Se palpa en el aire un ambiente medievo que se mueve acompasado siguiendo el ritmo de las más bellas marchas engalanando la tarde de agosto hasta que llega la noche.

Con la sensualidad de la media luna el público se entrega casi indefenso ante la majestuosidad y la magia del Ejército Moro. Llegan perfumando de incienso su recorrido, siempre acompañados por bailarinas que surgen entre velos y lentejuelas. El metal cobra magnificencia bajo las luces de la calle y suenan las piezas favoritas de aquellos que desfilan codo con codo tras un espléndido puro habano. Animales exóticos y mercadillos conceden autenticidad a un boato que nunca deja indiferente al espectador.




Una vez pasado el viernes, parece que nuestros actos se tiñen de intimidad, pues no se pretende con ellos asombrar al visitante. La diana del sábado es el primer golpe duro de sueño de la semana, sobre todo si se ha querido disfrutar de la Entrada Mora hasta el final. La alegría de los pasodobles es la encargada de mantenernos en vilo y se puede llegar a agradecer un almuerzo saturado de colesterol para dormir a pierna suelta hasta la hora de comer.

La tarde del sábado es la tarde del año. Los cristianos acudimos a Santa Ana, desde donde acompañamos al Cristo de la Agonía hasta su llegada al Pont de la Paduana. Nos sentimos privilegiados porque somos los primeros que podemos tenerlo cerca y pedirle, seguramente, algún pequeño favor. El olor de la pólvora inunda los alrededores de la ermita y El Morenet comienza su peregrinaje para volver a estar cerca de los suyos. Los ontinyentins lo esperan de pie sumidos en el más absoluto de los silencios que se rompe únicamente por un doble golpe metálico contra la madera de las andas y que indica a los porteadores que deben continuar.

Cuando era pequeña, mi abuelo me llevaba a ver la Diana de Gala. Venía a primera hora de la mañana a buscarme e íbamos a verla pasar por el Dos de Mayo. Recuerdo el fresco del amanecer y su mano agarrando fuerte la mía. Me sentía bien a su lado porque yo entonces ya comprendía el cariño con que lo hacía. Él también alimentó una parte importante de mi sentimiento festero. No hay Diana de Gala que no le dedique y justo antes de arrancar miro al cielo porque me gusta pensar que sigue viniendo a verme pasar por el Dos de Mayo.

La culminación de la Semana Grande toma forma absoluta con las Embajadas. La genuinidad de los versos de Cervino hacen único este acto. Entonación y textos se transmiten año tras año a los protagonistas del día que han ensayado durante mucho tiempo la mejor forma de interpretarlos. Nuestra rememoración de la toma y conquista de la villa se adorna con un alarde de arcabucería capaz de provocar un auténtico terremoto sensorial.

Pasarán dos semanas hasta que de nuevo nuestro Morenet vuelva a su pequeño altar acompañado por la multitud que parece negarse a tenerlo tan lejos. En ese momento arrancarán las fiestas del próximo año. Volveremos a imaginar, a sentir, a esperar, a vivir y a disfrutar. Es parte de nuestra cultura y de nuestra forma de vida.

Debo añadir, en último lugar, que solamente he querido nombrar los actos oficiales porque ahora que los vivo desde dentro me siento capaz de ofrecer una visión muy distinta a la que tenía de nuestras fiestas. Me niego rotundamente a compararlas con las de ningún otro lugar, porque no son mejores ni peores. Sencillamente son únicas.